El parque del Distrito Este. Capítulo 7
El parque del Distrito Este. Capítulo 1El parque del Distrito Este. Capítulo 10El parque del Distrito Este. Capítulo 11El parque del Distrito Este. Capítulo 12El parque del Distrito Este. Capítulo 13El parque del Distrito Este. Capítulo 2El parque del Distrito Este. Capítulo 3El parque del Distrito Este. Capítulo 4El parque del Distrito Este. Capítulo 5El parque del Distrito Este. Capítulo 6El parque del Distrito Este. Capítulo 7El parque del Distrito Este. Capítulo 8(Capítulo 1 | Capítulo 2 | Capítulo 3 | Capítulo 4 | Capítulo 5 | Capítulo 6)
Así fue y esta vez recibí la carta personalmente del hombre de correos, Ernst.
“¡Buenos días, Aidan! Creo que te vas a alegrar de recibir esto. Aquí tienes.”
Bueno, pues ahora había que esperar. Por suerte, de nuevo los vecinos me acompañaron en mi inquietud y se volcaron en hacer campaña popular por mi propuesta. Solo había otro finalista local, así que parecía que iba a tener las mismas probabilidades de ganar como de acertar a cara o cruz. Nunca he pasado tantas horas en el ayuntamiento como el día de la votación. La asistencia fue masiva. Hubo un momento en que casi se agotaron las papeletas de ambos montones en una de las mesas. Me pasé el día, además de imaginando posibles resultados, buscando a alguien en la sala que pareciera tan nervioso como yo, pero no supe ver a nadie que pudiera ser el otro autor.
Las niñas pasaron la tarde allí conmigo. Estaban convencidas de que iba a salir ganador. No saben lo que significa para mí que siempre sean tan positivas. Yo nunca he conseguido serlo y con los años creo que me voy haciendo más aguafiestas, así que tenerlas junto a mí con esa sonrisa y esa mirada serena y luminosa es lo que me ayuda a mantenerme en paz en momentos de incertidumbre como ese. El apoyo del barrio también significó muchísimo para mí. Cuando cada vecino llegaba a votar, invariablemente se me acercaban primero y me saludaban. Sus ánimos, entre palmadas en la espalda y palabras amables, me recordaban el sentido último del proyecto que había presentado y me reafirmaban en mi propósito, conseguir que uno de los espacios públicos más importantes del Distrito fuera realmente un lugar de cohesión en el que todos los niños pudieran pasárselo en grande.
El recuento empezó cuando volvía apresuradamente del baño. Desde el pasillo, oí el alboroto organizado de los miembros de cada mesa cantando los votos que iban abriendo. En ese momento, y creo que no fui el único, me pregunté por qué no se había hecho la votación en formato electrónico. Desgraciadamente estaba claro que aún quedaba mucho por mejorar en la administración del Distrito.
De repente, noté una mano en mi brazo.
“Hola. Aidan, ¿verdad? Yo soy Mila. Mucha suerte.”
“Eh, hola, encantado. Gracias. Perdona, creo que no nos conocemos.”
“Ah, claro, disculpa. El otro proyecto es el mío.”
“Oh, ¿en serio? Mucha suerte a tí también.”
No sabía cómo reaccionar. Estaba abrumado. Mila me causó una impresión muy fuerte a primera vista. Parecía tener algún año menos que yo y se veía muy buena persona. Perdí el hilo del recuento durante unos instantes, y eso no era bueno, porque hasta entonces había ido muy reñido. Cada vez estaba más nervioso. Ya ni notaba el sudor que me recorría la espalda. Incluso me pareció notar que las niñas empezaban a cultivar dudas.
El recuento se alargó hasta pasadas las once de la noche. La asistencia había sido de más del noventa por ciento. Batió todos los récords de participación municipal en elecciones y consultas. Por fin, cuando terminó el papeleo, el representante de cada mesa apuntó el número de votos en la gran pizarra que se había dispuesto detrás de las mesas y un representante del ayuntamiento hizo la suma. Perdí por dos votos. A las niñas se les escaparon algunas lágrimas, pero, por alguna razón, yo no sentía solo tristeza y al ver la cara de Mila cuando fui a felicitarla me dio la sensación de que volvería a hablar con ella.
Capítulo 8